sábado, 25 de febrero de 2017

Bloqueo creativo


Leí un libro que se autoproclamaba -seguramente con razón- como “método definitivo para dominar la escritura”. De él aprendí que lo más importante para cualquier escritor es la huida del bloqueo; entendido este como el hecho de estresarse delante del papel en blanco buscando incesante y forzadamente una idea que no ha existido nunca a la que se quiere apresar en tinta. Para que esta situación no se produzca, rezaba el libro, es necesario que el escritor no malgaste su precioso tiempo y sus ganas de trabajar forzando su creatividad en el momento exacto de redactar su escrito. El pensamiento obligado delante del papel conduce sistemáticamente al bloqueo. 
Del autor del libro (coach estadounidense para más señas) aprendí en una tarde como que el proceso correcto para escribir era inverso al que yo practicaba. Primero debe aparecer la idea y hay que estar atento para poder atraparla en ese mismo instante sin intentar correcciones, sin querer darle una estética perfecta, sólo aferrándola a nosotros, asegurándonos que ese momento fugaz ha quedado impreso para siempre y que si esa sugerencia maravillosa no cobra en un futuro estética no será más que por nuestra incompetencia narrativa. El problema es que esa magia creativa suele aparecer justo cuando no la estamos buscando y pocas veces en los momentos en que el escritor decide ponerse a escribir. El libro proponía una solución a este dilema y era tan simple como trabajosa. Consistía en ser sistemático y disponer siempre de una libreta y un bolígrafo a los que echarles mano en tales situaciones. Se sugería que los sitios más inverosímiles y menos poéticos son los mejores donde dejar las libretas. Precisamente las actividades cotidianas más rutinarias se erigen como los espacios de pensamiento propicios para que surjan de manera espontánea y sin esfuerzo los conceptos más buscados.
Finalizada la lectura de este pequeño prodigio de autoayuda decidí sin más dilación aplicarme inmediatamente todos estos métodos. Mi situación no era desesperada. Escribía a cuentagotas y no me suponía un enorme esfuerzo. Nunca me sentí absolutamente bloqueado delante de un papel puesto que dejaba correr la imaginación y obtenía resultados rápidos y satisfactorios. En el fondo me sentía buen comunicador con una excelente dosis de sentido estético, con una clara visión del concepto expuesto y con una magnífica repulsión hacia lo establecido. Me propuse simplemente escribir más y mejor. 
Con el método aprendido, rápidamente empecé a obtener resultados sorprendentes. Súbitamente mientras me afeitaba, de entre mis pensamientos banales surgía uno brillante que de inmediato cobraba forma escrita en mi libreta del baño. Mientras cocinaba y decidía si echar más sal al guiso, otro maravilloso flash creativo. Mirando distraídamente la televisión, en el autobús camino del trabajo, rechazando la oferta callejera de dos mormones, pidiendo un cortado, haciendo el amor... los momentos se multiplicaban y siempre tenía ahí a mano una libreta donde anotar mis genialidades. Las libretas se expandieron por doquier repartidas por toda mi casa. Escribir se convirtió en algo tan cotidiano como fregar los platos... no me requería ningún esfuerzo mental importante. Las ideas me asaltaban a raudales. Mi creatividad empezó a desbordar la rapidez de mi mano sujetando un bolígrafo. Publiqué tres libros de cuentos en menos de un año y de inmediato hubo unanimidad entre crítica y lectores. Mi triunfo parecía absoluto y decidí dedicarme enteramente a la literatura. Me avalaba una prosperidad económica nunca imaginada por mí y ello me animó al fin a abandonar mi antiguo trabajo para poder ser yo mismo mi propia empresa.
Por un tiempo pude vivir bien de mi creatividad pero recientemente todo ha cambiado. Esos momentos en que surge espontáneamente una idea y yo la atrapo al vuelo son distintos. Antes eran prácticamente involuntarios, casuales... ahora los busco con desespero, los necesito para escribir. Me afeito con la esperanza de tener una señal, viajo en autobús durante horas proponiéndole a mi mente divagar... mis espacios cotidianos han dejado de serlo y ya no sé que inventarme para alimentar mi autoengaño de que pienso algo sin necesidad. Creo que estoy definitivamente bloqueado. Mierda de libro.



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